jueves, 26 de febrero de 2015

ALBERTO RODRÍGUEZ, EL CINEASTA TOTAL


No hace mucho tiempo, Enrique Urbizu, en una de sus clases habituales en la ECAM, fue preguntado por un joven alumno sobre si existían posibilidades reales de hacer cine en España siendo desconocido, teniendo en cuenta el complicado horizonte de subvenciones y ayudas económicas. Ante la cuestión, el guionista, director y profesor, con su intimidante voz grave característica, contestó: 'Chaval, coge una cámara y sal a la calle, eso ya es hacer cine'.


Alberto Rodríguez, director de moda gracias al éxito rotundo de La Isla Mínima, personifica a la perfección esa acción de salir y rodar todo lo que su mente dicte hasta alcanzar el éxito y caminar por los pasillos del prestigio. Hablamos de una mente abierta, una mirada más allá, un estilo sin igual que le lleva a representar como nadie lo mundano y lo natural, proyectado con ese enfoque que nos hace plantearnos, a su vez, la base de las cosas materiales, lo abstracto del dinero, la conciencia de las personas y el comportamiento de las mismas respecto a según qué situaciones, casi siempre, con un guiño a la tierra que le vio nacer, Andalucía y su Sevilla natal.

La virtud del genio y el equipo estelar del que siempre ha estado rodeado -todo empezó en el bar 'Las Sirenas'-, han posibilitado que tras 15 años de carrera profesional, los espectadores de su cine, hayan reflexionado de una manera distinta sobre el valor establecido de lo material ('la historia va de una cosa que al principio valía 1 libra y al final vale 100.000 libras', El Factor Pilgrim) y el de la gente (El Traje es un juego perfecto que muestra los prejuicios económicos y sociales adheridos a la vestimenta y al estatus social, con todo lo que ello puede conllevar en la sociedad actual).


Asimismo, el público también ha vibrado con los 400 golpes de Juan José Ballesta y el brillante descubrimiento de Jesús Carroza en 7 Vírgenes (los jóvenes dejaron de considerar el cine español como un género aparte), ha analizado las consecuencias de volcar la frustración personal en una noche de fiesta orquestada por el alcohol, la droga y el sexo (After), y finalmente, ha retrocedido tres décadas para conocer los entresijos del submundo policial de la época, adentrarse en el thriller más profundo (Grupo 7) -inmiscuyéndose en los bajos fondos y los regueros de drogadicción del centro de Sevilla a finales de los 80-, observar las 3000 viviendas como nunca se filmaron antes (y si no que se lo pregunten a Mario Casas) y cercionarse de cómo el cineasta que tenían delante, había llegado al clímax de la experiencia aprendida, regalando a los ojos de todos una obra descomunal ambientada en las espectaculares marismas del Guadalquivir (juego de planos y nivel artístico de otro planeta), llamada la Isla Mínima, y con el reconocimiento y consideración que se merecen los que la hicieron posible desde aquellas reuniones de colegas, 20 años atrás, con un objetivo claro: soñar.


'Nunca dejamos de ser lo que fuimos', esa frase se podría atribuír perfectamente a Dani de Zayas (sonidista y soñador junto a Alberto en todas su películas, incluso desde la niñez, cuando rodaron su primer corto con muñecos de dinosaurio), a Álex Catalán (director de fotografía), a José M.G. Moyano (montador), a Manuela Ocón (directora de producción), a Yolanda Piña (maquillaje), o a las incorporaciones de lujo posteriores, Rafael Cobos (guión) y Julio de la Rosa (música).

Esta constelación de estrellas liderada por un director que pertenece a la primera promoción de la Facultad de Imagen y Sonido de Sevilla, ha roto los esquemas en un mundo como el cine, vástago del arte, a cuyo éxito se accede por la cuerda de los funambulistas que no tienen miedo a la caída en una superficie dura y áspera de subjetividades.


Adentrarse en las películas de Alberto Rodríguez es profundizar en la vida misma, en las cosas que, normalmente, no es fácil encontrar en la gran pantalla de los sueños y las pasiones.

Todo comienza por jugar con el espíritu soñador cuando no hay nada. El director hace de las escenas en edificios abandonados una genialidad y establece un doble fondo brutal. Muchos de los mejores momentos de su cine se dan en esas localizaciones, empezando por su corto Bancos ('a partir de ciertas cantidades el dinero es abstracto'), siguiendo con El Traje y esa casa a la intemperie compartida, 7 Vírgenes y el diálogo más genial entre 'el Tano' y 'el Richi' en unas viviendas en construcción, y finalmente, deleitándonos con esas persecuciones por las azoteas inestables de Grupo 7.


Del mismo modo, el director ha incidido en las causas y las consecuencias del consumo hasta el extremo de alcohol y droga, probablemente como nunca antes nadie lo había hecho en el cine español (ni siquiera Almodóvar), enfrentando a sus protagonistas a la historia con ese hándicap (Javier Gutiérrez, Antonio De la Torre, Willy Toledo...) y destapando los episodios habituales de tráfico de drogas en muchas zonas conflictivas de España (en concreto de Andalucía).

El cineasta ha retratado con suma inteligencia la falta de humanidad que puede reinar en las empresas, posicionándose en el lado más social (escena inconmensurable en After, con Willy Toledo decidiendo no despedir a un trabajador tras empatizar con su drama familiar), no obstante, en alguna ocasión nos ha hecho creer que lo que estábamos presenciando era un déjà vu de un episodio cualquiera de nuestra vida, mostrando situaciones habituales como la violencia que se puede desencadenar tras unos codazos involuntarios en una discoteca con el personal pasado de vueltas, o los saltos mortales y conversaciones con acento macarra que se pueden presenciar en cualquier piscina municipal.


Aprovechando la mezcla deportivo-cinéfila de este blog, cómo no mencionar las constantes referencias futboleras del director, introducidas con la sutileza de quien sabe colocar el esférico donde quiere, con efecto y suavidad -mayor denotación de calidad en cualquier deporte-, por eso es un gustazo observar un partido improvisado entre los dos protagonistas de El Traje en ese territorio abandonado y con esas porterías formadas por zapatos (¿quién nunca lo ha hecho?), o ese partido entre chavales en un descampado mientras Juan Jose Ballesta y Jesús Carroza irrumpen en escena.


Parafraseando a Antonio Banderas en la última Gala de los Goya, con su discurso emotivo tras una vida dedicada al séptimo arte, podríamos decir que Alberto Rodriguez es una estrella del cine mundial. El actual Número 1 del cine andaluz que seguramente siempre ha estado expectante por saber cómo se veía su trabajo en su tierra, para ser más específicos en Sevilla, y para ahondar aún más, en su barrio y en la Alameda de Hércules.


La Isla minima, precisamente, se coronó en esa ceremonia con la friolera de 10 Goyas, número de premios que puede servir para poner nota a este cineasta total.

Probablemente a mis 23 años, la cultura cinematográfica aprendida no alcance lo suficiente como para hablar de quién hace historia y de quién no, pero el caso es que en la carrera de Comunicación Audiovisual no se deja de hablar por activa y por pasiva de los directores por antonomasia de todos los tiempos, Hitchcock, Truffaut, Godard, Woody Allen... Son grandes iconos de la historia del cine, genios encomiables, por supuesto, pero yo hablo de Alberto Rodríguez, el mejor director español del momento y otro con un futuro de oro, porque también ha nacido con la estrella señalada,

Descurbrirlo tarde fue mi gran error, homenajearle, mi obligación. Luchar para que se erradiquen las etiquetas y los prejuicios del cine español es mi deber. Sinceramente, lo que he recibido del director sevillano en esa fábrica de sueños que llamamos cine, no lo he recibido de ningún otro.


Brindemos por el futuro, por el líder de una Generación de Oro (Carlos Vermut, Pablo Berger, Daniel Monzón, David Trueba...), por esa forma de filmar, esa formar de contar y esa forma de soñar. La magia de su arte se propaga por el cielo de todo el planeta, y si no vayan de un plano aéreo colosal de La Isla Mínima a uno contrapicado de After, ese en el que tres amigos levantan la mirada para observar las estrellas...


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