jueves, 24 de diciembre de 2015

STEPHEN CURRY, EL OPOSITOR A LA HISTORIA


Diferentes factores capitales convergen a la hora de definir el buen baloncesto: Generosidad y ritmo en ataque que fabriquen un gran número de puntos; colocación, atino e intensidad en defensa que refrenden lo planteado en ataque; y necesariamente, esos jugadores con estrella que lancen el tiro libre decisivo mientras 25.000 personas abuchean, o que se jueguen la última posesión mientras millones de aficionados tiemblan.

Si pensamos en la historia reciente de la NBA, lógicamente, casi todos los equipos campeones han abrazado estos puntos cardinales, desarrollando más alguno de ellos. Pero no hace falta profundizar mucho en el análisis para encontrar otro denominador común: Bird, Magic, Jordan, Olajuwon, Duncan, O'Neal, Pierce, Bryant, Nowitzki y James, todos jugadores de no menos de 1,98 metros de altura. Sólo los controvertidos pero eficaces Pistons de Isiah Thomas (1,86) con sus Jordan Rules, o años después, el conjunto bien hilado de Billups (por escoger uno de los 5 titulares...) tenían un jugador franquicia con menos estatura.


Quién le iba a decir a Stephen Curry que él sería el siguiente. Acusado de una extrema delgadez en su fructífera etapa universitaria, sus 191 centímetros de estatura tampoco invitaban a vislumbrar un futuro dominante en la NBA, y quizá ésos fueron los 2 motivos por los que, a pesar de sus excelsas aptitudes dentro del parqué -y fuera de los estereotipos-, se vio abocado a descender hasta la séptima plaza del engañoso draft de la NBA, carne de jugadores altos y 'autosuficientes'.


Unos Warriors con un futuro en nebulosa apostaron por crear una plantilla original, que con el tiempo, se convertiría en el monstruo competitivo incapaz de frenar que hoy conocemos. Si todo iba a girar sobre Curry y si se quería practicar un juego que abordara los 3 pilares del buen baloncesto, había que reinventar una parte de este deporte hasta hacerla incontrolable para el resto de equipos: El triple, un arma letal. Y ahí fue cuando el joven base de Golden State empezó a utilizar su ingenio aprovechándose de la ingenuidad de los demás, conformando una trayectoria cuyo techo hoy se desconoce.

Inalcanzable, explosivo y eficiente. Mientras siempre se ha defendido la necesidad de una óptima mecánica de tiro, Curry, aparte de poseerla, es el único jugador de la historia que no necesita utilizarla para anotar de tres. La extraña simbiosis entre Curry y el balón hace que apenas tenga que entrar en contacto con él para convertir, ¿Quién y cómo controla eso desde la distancia?
Este punto diferencial, ligado a sus muchas virtudes en el manejo del balón, es lo que ha llevado a su equipo a la gloria y a él, personalmente, a desbancar a colosos como Lebron James o Kevin Durant del trono de la NBA.


Mientras los jugadores poderosos se jactan de su fuerza en el mate o la penetración, Curry da media vuelta y se ríe desde la distancia. No le hace falta. Si recibe una presión asfixiante, acorta su mecánica y anota antes de que sea posible, y si le dejas libre, anota 27 puntos en un concurso de triples del All Star.

El 30 de los Warriors sigue reinventando los récords desde el 6,75 en una temporada (275 triples y un 42% de acierto la temporada pasada).

El complemento de jugadores como Klay Thompson, Draymond Green o Andre Iguodala, ha posibilitado que Golden State Warriors vuelva a ganar regularmente 40 años después, pero más allá del anillo o del carrusel de victorias hay algo que prevalece sobre esta época dorada: El equipo transmite una alegría sin precedentes sobre la cancha. Y es que no sólo ha alcanzado los 3 factores clave para dominar este juego, sino que también los ha rebasado con algo extraordinario: La diversión.

Ahora, mientras en la Bahía de San Francisco tienen asegurado un futuro feliz, los amantes del buen baloncesto agredecemos que en ese draft de 2009, desde la lejanía, Curry se enfrentara a la historia: Subió el balón, fintó y antes de que el ojo humano recorriera la zona, ese tiro había entrado. Stephen ya era campeón.


domingo, 20 de diciembre de 2015

UNA MIRADA ORIGINAL


No era fácil encauzar los exigentes deseos de quienes crecieron y soñaron con Star Wars, y J.J. Abrams, el elegido para revivir una historia cerrada, acepta esta responsabilidad y abre horizontes a una protagonista -con mérito-, del mismo modo que ahonda en el interior de los personajes y en la diversidad racial (y alienígena) tan patente en el universo creado por George Lucas.

La modificación en el contenido es inherente al cambio en la forma, puesto que se busca un nuevo enfoque capaz de erradicar el 'efecto videojuego' de las controvertidas precuelas, y de recuperar y mejorar la esencia de la realidad creada en la trilogía original. Con esta maniobra se consigue llegar, a ratos, a lo que se presuponía, reinventando incluso la conocida experiencia con potentes imágenes, escenarios conseguidos, el uso del color tan significativo en la saga y, sobre todo, un especial interés por cuidar todos los efectos sonoros, lo que mantiene al espectador en la película a pesar de eliminar parte de la música -acertada- de las precuelas.


El relato presenta homenajes diversos y, en esencia, un parecido razonable con el Episodio IV, pero sin embargo, entre tantas reminiscencias, hay un nombre merecedor de la más nostálgica de las menciones que no aparece en ningún momento en el guión: Yoda.

Los Jedi, estrellas de la saga, ven su labor ciertamente vilipendiada, aunque todo queda preparado para que las dos siguientes entregas inviertan la situación...


En definitiva, la dificultad que entrañaba revivir una saga vista para sentencia se enfrenta sentando unas bases sobre unos nuevos protagonistas, pioneros, vulnerables y en desarrollo, que mantienen una primera lucha en ciernes y que ahora deben crecer al gusto del público más exigente, porque hasta la mirada más sabia en el rincón más recóndito de la Galaxia sabe que la fuerza... Ha despertado.