miércoles, 21 de diciembre de 2016

OTRA HISTORIA


De manera explícita, sin inhibiciones y haciendo mate su jaque al género contrario en esa sala de interrogatorio. Así acabó Sharon Stone con los infinitos clichés unidireccionales que ya cantaban en la gran pantalla, orquestando una de las escenas más reproducidas en la historia del cine.

Rápido, muy rápido nos dice Paul Verhoeven quién manda aquí y quién escribe la película: Ella. Una mirada, un gesto y 5 minutos de diálogo anticipan que nadie podrá cruzar esa barrera sin una consecuencia inevitable: morir. Porque si quedaba alguna duda, este imponente plano pone rostro a la autora del brutal asesinato inicial, esa irrupción estelar sobre una cama y sobre una estrella de rock saldada con más de 20 puñaladas sobre lo mismo, las etiquetas en el cine.

Mismo esquema aunque diferentes protagonistas que los utilizados por Hitchcock en Psicosis para cambiar las cosas. Acabar con la estrella de su película a los 45 minutos de la manera más insospechada supuso decirle al gran público que sí, que era 1960 pero que la historia ya no iba a ser la misma, y ahí quedaron 3 minutos y 50 planos en una ducha como legado y leyenda.


Y es que Verhoeven bebe de Hitchcock a lo largo de todo el filme pero consigue ir un paso más allá. Si a la inteligencia de la escritora Catherine Tramell (Sharon Stone) se suma ahora la autoridad tras salir victoriosa de ese interrogatorio, es evidente que ya no puede haber nadie más interesante en toda la trama. Ventaja con la que no contó Norman Bates porque el maestro del suspense precisamente mantuvo el secreto hasta el final.

En cualquier caso, son dos puntos de inflexión claves en la historia del celuloide que quedaron ahí, en la anécdota, la diversión o la curiosidad, pero que abrieron la veda a un juego psicológico muchas veces imitado y pocas veces logrado. Por eso cuesta entender los palos a Verhoeven también tras su última película (Elle), y por eso necesitaba gritarle al mundo que, aunque muchos siguen intentándolo con esta fórmula, la suya es mil veces más buena que todas las demás juntas.

sábado, 17 de diciembre de 2016

EL RENACER CÍCLICO


La novela de Michael Punke estaba ahí, por lo que sólo faltaba alguien capaz de resolver el problema: Materializar la historia cinematográficamente. Hacerla o no hacerla, porque intentarlo nunca fue una opción (la difícil empresa ya se pensó para Samuel L. Jackson o Christian Bale, pero experimentar con el riesgo y presupuesto inherentes a esas condiciones de trabajo erradicó los deseos). Quizá por ello, Iñárritu, con la idea desde 2011, aprovechó el prestigio y las concesiones tras Birdman, y se alineó (de nuevo) con un director de fotografía saciado de Oscar (Enmanuel Lubezki, dos consecutivos), así como con dos actores sedientos del mismo (Leonardo DiCaprio y Tom Hardy). Una vez establecidas estas premisas, irse a rodar a los puntos más fríos y salvajes de EEUU, Canadá y Argentina, ya nos presentaba al principal protagonista de la película: El escenario.


Las tribus autóctonas del lugar y la época, siempre en comunión con la naturaleza, defienden desde el principio su territorio ante la amenaza de los colonizadores, desplazando el punto de vista clásico norteamericano.
La secuencia inicial nos avisa de que no es un ‘Desembarco de Normandía’ porque la cámara no se queda con el protagonista hollywoodiense; La cámara, tras la batalla, se queda con los autóctonos, olvidando a los cazadores que huyen en barco, y demostrando así que Hugh Glass y su hijo se encuentran en el lado de la historia equivocado.


Es en ese momento cuando el relato vertebra sus andamiajes en torno a algo que aparecerá en todas sus formas: La naturaleza. Primero, el propio territorio se rebela contra el personaje interpretado por DiCaprio a través del oso (su especie más salvaje), brindando una batalla en la que, visto el resultado, no sabemos quién es la bestia, pero tras la cual Glass renace por primera vez, aunque no sin sufrir la penitencia correspondiente... 


A partir de ahí, una vez redimido con el territorio y tras el abandono al que se ve expuesto, se inicia una historia de supervivencia y venganza por el asesinato de su hijo, que no olvidemos, complementa a la del jefe de la tribu (siempre por delante) en esa búsqueda, precisamente, de su hija.


Para hacer esto posible, la naturaleza, como dice el símbolo de la cantimplora, le hace renacer cíclicamente. Primero de la tierra (como las plantas de las que luego se alimenta), luego del aire y el fuego (con los que se recupera de la manera más primitiva), y finalmente del agua, cuando tras ser alcanzado por unos nativos que siguen sin aceptarle, sólo el río le libra de una muerte segura…

A continuación, encontramos la propia redención con las tribus, primero a través de ese personaje que le vuelve a dar la vida, y posteriormente, tras salvar a la hija del jefe indio (conectando la historia). Una vez llegados a este punto, es obligatorio recordar la escena en la que los nativos reclaman sus caballos ante los colonizadores franceses (“Vosotros nos lo quitásteis todo”). Ahí nos anticipan la importancia del caballo, el segundo animal protagonista, así como el artífice de que Glass vuelva a renacer tras la escena más inverosímil, pero con la culminación más espectacular de la película. DiCaprio renace desnudo del vientre del caballo y ya solo otea en el horizonte una última cuenta pendiente: El ex militar John Fitzgerald (Tom Hardy).


Un renacer oficial que permite volver a ver el grupo de cazadores, la mediocridad de sus componentes (el General, el primero), y un final sádico y brillante, en el que tras una pugna para la historia del cine entre Fitzgerald y Glass -o Hardy y DiCaprio-, finalmente es el jefe indio el brazo ejecutor, así como el que da la vida -¿por última vez?- al indestructible renacido.


En definitiva, esta obra maestra es la confirmación de cómo Alejandro González Iñárritu y Enmanuel Lubezki, ambos nacidos en Ciudad de México (allí donde murió el mejor director español de la historia), se infiltraron en la poderosa industria hollywoodiense, remodelaron sus bases desde dentro, y devolvieron a la historia la parte que le faltaba. No obstante, 'los indios' y la naturaleza también han dado la oportunidad a Leonardo DiCaprio, el actor de toda una generación, de optar firmemente a su ansiado Oscar. No se lo pusieron fácil, para ello tuvo que prestarse al rodaje más duro y difícil de toda su carrera (como él mismo ha reconocido), hasta el último aliento. 

viernes, 16 de diciembre de 2016

DIRECTO A LA HISTORIA


Muhammad Ali nació para trascender, para volar por encima del cuadrilátero y asestar un golpe a la lógica y al orden establecido. Por eso estiraba las cuerdas ante Foreman en el 74, porque el ring se le quedaba pequeño para acallar tantas dudas mientras volvía a respirar libertad. Decir 'NO' a una de las guerras más impopulares del Siglo XX coartó el mejor momento de su carrera, pero fue el origen de su mística. Antes ya le había dado tiempo a revalidar el Título Mundial ante Liston en un asalto (1965), por lo que el mundo del boxeo ya estaba dominado.

Lo que empezaba a emerger entonces era una faceta de compromiso social directamente proporcional a su ascenso como deportista, algo que elevaba su estatus a nivel de referencia. Apoyar las Revueltas Negras de los 60, cambiarse de nombre y de religión o rebelarse contra ese extraño 'poder' de Estados Unidos de matar civiles, nos dejaba entrever una evidencia: este tipo no era normal. Por eso hizo siempre lo que quiso sin dejar de ganar adeptos en todo el mundo generación tras generación. Nadie le iba a decir siquiera cómo boxear, ni el mismísimo Angelo Dundee. Alí bailaba en el ring y picaba cuando le apetecía levantar -o enmudecer- el Madison Square Garden. Todo ello anticipando su victoria en rueda de prensa y confirmando después su palabra. Un profeta al fin y al cabo que, insisto, sacrificó los mejores años de su carrera para dejar en evidencia la falsa libertad de su país. Por eso tras Vietnam, utilizó el boxeo para que todo cobrara sentido.


Supo darle a Joe Frazier (el boxeador que más respetó con el tiempo) una victoria técnica (1971), así como a Woody Allen, que presenció la velada, lo que podría haber sido el guión de su segunda parte. Sí, porque a partir de ahí, los Frazier-Ali vertebraron los andamiajes de un castillo de naipes cuya solitaria carta en la cúspide siempre tuvo nombre y apellidos: George Foreman.

Que el campeón Foreman destrozara a Frazier en 1973 ponía a la crítica en contra de Alí de cara a recuperar un cinturón que siempre le perteneció. Por eso Alí volvió al principio, por eso Cassius Clay se liberó de todos sus nombres y volvió a África, al origen de su raza. Porque una vez allí y antes de empezar el Combate del Siglo, la gente sólo le conocería por un apodo: 'El más grande'. Y la realidad es que las infatigables personas que por un instante se liberaron de Mobutu y del Tercer Mundo aquella noche en Zaire, tampoco se dejaron intimidar por la lluvia ni porque Don King pusiera el combate a las 4 de la mañana. Esa noche no dejaron de gitar '¡Ali bomaye!' (¡Ali mátalo!), porque, al contrario que los expertos, confiaban ciegamente en un dios que había vuelto a la Tierra, ahí, rodeado de unas cuerdas en el corazón de África.

Una noche legendaria en la que una fuerza de la naturaleza obtuvo el acceso directo a la historia, convirtiéndose en un icono y en el mejor deportista que se recuerda. Un ascenso sobre el que mucho se ha escrito (Norman Mailer), se ha filmado (Michael Mann y Will Smith lo lograron) y se ha contado desde entonces ('When we were Kings'), no es para menos, en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, el mundo se plegó ante el ídolo mientras, por sorpresa, éste encendía la llama olímpica en un último combate. Sí, porque las manos temblorosas de Muhammad Alí reflejaban su lucha contra el Parkinson, una lucha de 32 años que hace unas horas ha finalizado.

¿El final?, que nadie se engañe, anoche Alí asestó un directo a la mandíbula del Parkinson, dio un paso atrás mientras observaba cómo se desmoronaba (pudiendo rematar pero sin hacerlo porque ése es su estilo), y a continuación se despidió diciendo unas últimas palabras antes de ver cómo la enfermedad caía por su propio peso: "Ahí te quedas, te he vencido y he conmocionado al mundo. Soy el Rey del planeta".

jueves, 15 de diciembre de 2016

LA IRRUPCIÓN DE TODO LO DEMÁS


Algo se mueve en la plantilla del Real Madrid, ese lugar donde debe obtenerse el rédito máximo per se, pero donde las camisetas más vendidas contemplan 3 iniciales: BBC.
La realidad es que la selva dibujada tras el trío atacante no declina en su tarea de ser el oxígeno del equipo. Sí, esa base silenciosa que impide una derrota desde abril. Porque para regocijo de Zidane, el juego de conexiones y permutas entre los demás está reinventando el topicazo de siempre, eso de "jugar en el Real Madrid".

Lucas Vázquez fue el primero. El pionero en la tanda de Milán, el único en pegarse a la cal como hace 20 años, y el elegido para agitar los encuentros fluctuando entre la fauna. Un estilete para construir, junto a otro para destruir: Carlos Henrique Casemiro, o lo que es lo mismo, la definición de todo lo demás. Un jugador empeñado en decir que no, que en el medio no está la mediocridad, y que ha acabado afianzando una idea: con él, Kroos y Modric venden más. Aunque lo del croata va aparte. Que nadie se olvide quién sigue siendo el jefe, pero no sólo de su parcela, sino de todo el equipo. El Balón de Oro es suyo, y por eso ha hecho su trabajo: cedérselo al 7 para que acabe en la red.


Pero lo interesante en el medio no acaba ahí. Mateo Kovacic resulta que siempre tomó nota y las lesiones de alguno de los demás nos han regalado su jerarquía incipiente, algo que parecía haber perdido Isco pero, como los genios, recuperó con clase una noche cualquiera [para él] en el Vicente Calderón. Sólo faltaría James, única asignatura pendiente de Zizou, que lucha por no seguir río abajo.

Si analizamos la defensa, esa competencia feroz crónica ya nos regaló a Varane hace tiempo, pero ahora resulta que llega Nacho, otro de esos impermeables al error. Aunque si seguimos, pasamos por el 2 y el 12 (que carecen de suplente porque no pueden ausentarse), y llegamos al 4, al del capítulo aparte.


Sergio Ramos es imperfecto, incluso diría que irregular, pero con todo, el mejor central de la historia del club. Curiosa paradoja la del adalid de las remontadas, capitán de todos, pero más en concreto, de esta corriente de los demás: lo que representa.

Y así llegaríamos a Keylor y a Casilla (vaya inicio de temporada), y otra vez a la BBC. Aunque mejor detenerse en el puesto de 9, ése que tanta polémica suscita, pero ése que ahora mismo contrapone 3 perfiles diametralmente diferentes: Benzema, Morata y Mariano (un bonus track, [¿todavía por hacer?] mitad Morata, mitad Benzema).

Parece que, al fin, el presupuesto se corresponde con la realidad, individual y colectivamente. Las esencias se han destapado con una filosofía capital en esto: bajarse al barro y batirse sobre el verde. Estos son los andamiajes que Zinedine Zidane ha vertebrado, y la justificación de que, aunque los goles, las camisetas y los premios son para otros, sólo las plantillas así te colocan en la historia.

lunes, 22 de agosto de 2016

LA CUENTA REGRESIVA


Hace tiempo que la cuenta empezó a ser regresiva. Sí, porque siempre supimos que el binomio Gasol-Nadal algún día se esfumaría, al igual que la conjunción Bolt-Phelps. Y quizá por ello, estos Juegos se presentaban como la última vez. Una mezcla de nostalgia y esperanza con tintes de sorpresa y, por qué no, notables aspiraciones.

Pero como el tiempo siempre fue el único juez de estos deportistas, ellos fueron a Río a jugar con él y mostrarle al mundo que siguen siendo entes autosuficientes, ajenos incluso a la física.   


Por eso Nadal soltó una carcajada cuando Del Potro servía en el juego decisivo del tercer set. Nadal debía restar, y los aficionados llevar la cuenta con él. Y entonces sucedió. 0-15, 0-30, 0-40 y el mejor restador de la historia no iba a desaprovechar el punto definitivo. Cerró el juego y cerró el puño. Todos con él. 

Ya no hacía falta más, ni siquiera cuando en el tie-break lo volvió a intentar. Esto es deporte y la cuenta regresiva de Del Potro empezó hace 3 años. También merecía agotarla.

Algo parecido le sucedió a la Generación de Oro. Otra vez un comienzo convirtiendo un +14 en un -14, otra vez restando en la fase de grupos y, otra vez, revolviéndose entre los números negativos para resurgir con más fuerza.

Por eso Pau también soltó una carcajada antes del encuentro ante Francia. Scariolo y él lo sabían. Los 40 puntos del año pasado se quedarían en 5, y las posibilidades del equipo se disparían si modificaba su posición y su labor. Hecho.

Luego vino el cruce ante Estados Unidos en el que Pau se restó años y de paso, una lesión. ¿23 puntos y 8 rebotes, cojo y con 36? No cuadra. Pero con él sí, porque de paso superó los 3330 puntos de Epi con la Selección y se situó líder en anotación. 


Una última hazaña antes de atacar el último objetivo: el bronce ante Australia, el éxtasis. Sí, porque ayer estos tipos jugaron con el tiempo de manera descarada, sin consideración, prestigiando un partido por el bronce y restando diferencias, años y lo que hiciera falta. Sólo un bocinazo nos hizo respirar y acabó con ellos por los suelos. Corrían y celebraban, y acabaron siendo jóvenes.


Niños como una Ruth Beitia que puso el colofón a todo esto saltando por encima de la lógica. Apareciendo 'por sorpresa' a los 37 en una temporada histórica para el atletismo español.  


Aunque si hablamos de historia me quedo con las lágrimas de Phelps, sus manchas para luchar contra el paso del tiempo, su contrato vitalicio en el 200 estilos y, por supuesto, su legado en forma de despedida.


Pero si tuviera que elegir una imagen sería la de Usain Bolt exprimiéndose en la Final de los 200, mirando el crono con la ilusión de un joven aspirante, abandonando por un segundo su superioridad para darse cuenta de que ese reloj no iba a restar décimas. El récord era imposible porque él siempre fue imposible. Una realidad paralela y una máquina humana que certifica que estos Juegos de autor dejan la cuenta por debajo de 0. Porque para estos deportistas Tokio 2020 queda muy lejos, un -4 largo y sinuoso que se antoja imposible, pero que no esconde un dato: es su terreno.

viernes, 8 de julio de 2016

SOSPECHOSOS HABITUALES


Un jugador galopa sin oposición, concernido con la causa de su país y dispuesto a cumplir con su cometido. El 11 avanza metros y el ojo del espectador viaja atrás en el tiempo. Gareth Bale parece un futbolista perfectamente delineado con otra época, con los 70 de Cruyff o los 80 de Maradona, pero la realidad es otra. Son las semifinales de la Eurocopa 2016 y el galés degusta el instante. La pulcritud de sus quiebros y su mirada límpida así lo corroboran.

La carrera de 60 metros termina con un disparo irregular pero constata la capacidad de este tipo para ocupar 10 posiciones sobre el campo. Otro fútbol sin tanta preparación y tanto centro del campo parece posible.

Ahora el plano se desplaza a Cristiano Ronaldo, por corte y sin transición, porque el duelo es de tú a tú. Las distancias entre ambos baluartes parecen inexistentes, y por eso las pupilas del luso sólo reflejan una cosa: el esférico.


Pasan los minutos y entonces la imagen se congela, y como suele pasar en las batallas prodigiosas, un teleobjetivo funde al 7, que a sus 31 y con una espalda dolorida por la presión de triunfar con Portugal, salta por encima de la lógica y la física e incrusta su balón en las mallas con una potencia feroz.

Sin tiempo para repetir la hazaña, Gales ya pierde 2-0 porque el fútbol juega con el tiempo y con el rival, por eso volvemos al principio: al sprint de Bale. Desde ahí hasta el final, el Expreso de Cardiff defiende, distribuye, golpea, ordena, remata, protesta, bloquea, ataca y ejerce de dios sobre el verde. Él es juez del futuro de los dos equipos y a pesar de desencadenar una tormenta de fútbol despiadada, la realidad se vuelve a imponer y la escena finaliza con una transición que nos lleva a un punto concreto: los ojos de Bale.


La derrota de su país no refleja ningún tipo de oprobio en su mirada, al contrario, el 11 vislumbra su futuro ante el 7, solo o acompañado, con Gales o en el Real Madrid, y parece transmitir una idea a su maestro: "Hoy vences tú, pero sólo necesito un poco más de tiempo, entonces venceré yo. Lo sabes, lo sé".

Cristiano capta la idea y se redime de sus pecados con su Selección. Asume la consagración de su sucesor y quién sabe si a continuacion se lo explica personalmente, el caso es que la primera semifinal se salda con El Abrazo.


Ahora estamos en la segunda semifinal y observamos a un protagonista tan ubicuo y alborozado como los dos anteriores. Es Antoine Griezmann y aunque Alemania empieza siendo Alemania, poco a poco las telarañas cholistas de Francia se adaptan a Antoine, y Antoine lo devuelve como mejor sabe hacer, penalti de clase -sin presión- y envite con la estrella de Alemania, sí, con Neuer, que esta vez falla y cede ante el 7 como aquella vez en el Allianz. El jaque francés hace tambalear la defensa teutona, hasta el punto de convertirse en mate por una evidencia clara: Alemania no tiene a nadie para contrarrestar a la estrella rival.


A falta de la Final, ahora toca recapitular sobre la temporada, porque la distancia de un sospechoso habitual para reinar llamado Leo o Cristiano ya ha dejado de ser imperceptible para el resto. Nadie debe olvidar la minuciosidad inusitada con la que Messi incrustó el balón en la escuadra (también) en las semifinales de Copa América, pero tampoco nadie debe olvidar sus lágrimas tras la Final.

La realidad es el futuro, y con un Ronaldo condenado a dosificar y un Messi obligado a ceder el gol a Suárez, quizá Gareth y Antoine deban asumir la responsabilidad de algo a lo que Leo y Cristiano se ven abocados: delegar.

domingo, 28 de febrero de 2016

TOP-10 DEL AÑO CINEMATOGRÁFICO (O LA INESPERADA VIRTUD DE LA IGNORANCIA)



A pesar de lo engañoso e incómodo que resulta siempre etiquetar productos culturales, en vista de esa extraña necesidad y en vísperas de unos nuevos Oscar, toca efectuar la lista que compete a este último año cinematográfico. Con la incógnita de Mad Max aún por resolver, ni siquiera las películas que se muestran a continuación lograron mantenerse en la cuerda de los funambulistas. La caída en una superficie dura y áspera de subjetividades era inevitable... 
Éste es el top-10 más personal.

  • 10- El Clan (Pablo Trapero, Argentina)
Creo que el relato más salvaje de la productora era éste (y eso que hablamos de El Deseo). Francella nos sigue mirando...


  • 9- Steve Jobs (Danny Boyle, Estados Unidos)
Fassbender observa, estudia y ejecuta: no hace falta una palabra -Danny Boyle se lo ha ganado-.


  • 8- The Big Short (Adam McKay, Estados Unidos)
El elenco asusta, pero es que su explicación de la gran crisis mundial traumatiza (aún más) a la sociedad. Absolutamente necesaria.

  • 7- La Novia (Paula Ortiz, España)
Si hasta la aparición de esta película, llevar a Lorca al cine era una utopía, entonces filmar Bodas de Sangre era la quimera máxima... Paula Ortiz y su equipo han sido capaces: Poesía en la gran pantalla.

  • 6- Truman (Cesc Gay, España)
Darín y Cámara prometían antes de empezar, pero es que transcurridos cinco minutos de película Cesc Gay fija una trama imposible de abandonar. Nadie quiere que llegue el final. Atrapa, se mire desde donde se mire.


  • 5- Straight Outta Compton (F. Gary Gary, Estados Unidos)
"Están a punto de presenciar la fuerza de la sabiduría callejera...". La primera escena nos muestra sus raíces: el gueto y sus consecuencias. A partir de ahí, la historia del grupo que revolucionó el rap e hizo tambalear las bases de la segregación racial en Estados Unidos nos muestra la historia. Una experiencia excelsa, como la de Ice Cube y Dr. Dre dentro de ese estudio y encima de ese escenario...


  • 4- Inside Out (Pete Docter/ Ronnie Del Carmen)
De animación, sí. Para niños, también. Ahora no me pregunten por qué, pero a medida que se incrementa la edad del espectador, la identificación con la película crece de manera directamente proporcional. Pixar piensa, y nosotros se lo agradecemos.

  • 3- El Club (Pablo Larraín, Chile)
Se puede decir que Spotlight comparte tema con la última joya de Larraín. La diferencia es que el chileno tan sólo necesitó un pueblo abandonado y un puñado de talentosos actores para indagar sobre el ala más perversa de la Iglesia católica, y de paso, transmitir más que la gran producción hollywoodiense. Si con No consiguió la admiración de muchos, esta última cinta nos obliga a considerarle como uno de los directores del momento. Pablo Larraín, sí.

  • 2- The Revenant (Alejandro González Iñárritu, Estados Unidos)
Puesto número dos porque puede que Iñárritu haya realizado su película más visceral. Éxtasis o decepción, amor u odio. Una relación binomial en la que, sin lugar a dudas, un servidor saboreó hasta el último resquicio de esos lugares inhóspitos. Cine salvaje al fin y al cabo en el que DiCaprio lidera un contingente de protagonistas y ninguno es humano.

  • 1- Youth (Paolo Sorrentino, Italia)
La Gran Belleza nos corroboró lo que pretendía Sorrentino con su obra, por lo que ya no se podía cambiar la hoja de ruta: Sentarse, ver (y escuchar) la vida pasar, someterse a una experiencia existencial, y olvidar que hay una gran pantalla en medio. Sorrentino lo logra, y Fellini 8 1/2 ya tiene digna sucesora.

sábado, 23 de enero de 2016

KARIM BENZEMA, ALTRUÍSMO POR COMPASIÓN


Su presencia se circunscribe, exclusivamente, a un terreno de juego. Más allá de la línea de cal se prende la polémica y se desarrollan los problemas. La grada se impregna visualmente de los movimientos y detalles del 9, pero el atisbo de que algo externo puede fallar es ya una sensación crónica. Duda que se acrecienta fuera del estadio, donde quienes no disfrutan in situ de su fútbol, se preguntan por qué la inteligencia de ese chico parece exuberante sobre el verde y escasa en las calles. Incluso, más allá, en cada casa, hay siempre una palabra que invade peligrosamente la crítica de los aficionados: Indolencia.


Mientras, dentro del campo, la veneración hacia Benzema es ineludible por parte de todos los profesionales. Los resoplidos del equipo rival contrastan con la impaciencia de los merengues por arrancar el choque: Temor y necesidad de que ese francés empiece a repartir su talento, a partes iguales. Cristiano y Bale, baluartes del equipo y compañeros de Karim a la vanguardia, salivan como delanteros sarnosos porque su objetivo, el gol, está más cerca si Benzema tiene el balón en sus pies. Cuesta entenderlo, porque es extraño ver a un 9 diversificar así su categoría en beneficio de otros matadores, pero una vez comprendida la esencia, es fácil.

La única manera de no negociar el ego y las necesidades del 7 y el 11 es mediante el altruísmo de Karim. Un engranaje perfecto que seguro les mira desde la compasión de quien posee una visión más amplia del juego, porque él experimenta el mismo placer ejecutando que generando, y porque él, a pesar de llevar 153 goles en el club, nunca olvida una lógica muchas veces difusa para un killer del área: Tres son mejor que uno.


Este 9 y medio comparte su pasión por este deporte y sólo se define gracias a sus compañeros. Por ello, el día que superó los registros goleadores de su ídolo Ronaldo Nazario en el Real Madrid, pocos se percataron.

Todavía recuerdo una ocasión suya, a bocajarro, que erró golpeando la cruceta por intentar una espuela legendaria (evitando empujar el balón). Él es así, su estilo como forma de vida, guste o no guste. Se entienda o no se entienda. Por eso, la semana pasada, cuando medio mundo observaba el segundo partido en el Bernabéu con Zidane al frente, y cuando Bale y Cristiano ya habían perforado la portería, Karim Benzema se elevó en posición acrobática, miró a sus dos compañeros con cierta misericordia, y se marchó al córner a celebrar su gol. La clase se había manifestado, y sólo entonces, muchos lo entendieron.