sábado, 17 de diciembre de 2016

EL RENACER CÍCLICO


La novela de Michael Punke estaba ahí, por lo que sólo faltaba alguien capaz de resolver el problema: Materializar la historia cinematográficamente. Hacerla o no hacerla, porque intentarlo nunca fue una opción (la difícil empresa ya se pensó para Samuel L. Jackson o Christian Bale, pero experimentar con el riesgo y presupuesto inherentes a esas condiciones de trabajo erradicó los deseos). Quizá por ello, Iñárritu, con la idea desde 2011, aprovechó el prestigio y las concesiones tras Birdman, y se alineó (de nuevo) con un director de fotografía saciado de Oscar (Enmanuel Lubezki, dos consecutivos), así como con dos actores sedientos del mismo (Leonardo DiCaprio y Tom Hardy). Una vez establecidas estas premisas, irse a rodar a los puntos más fríos y salvajes de EEUU, Canadá y Argentina, ya nos presentaba al principal protagonista de la película: El escenario.


Las tribus autóctonas del lugar y la época, siempre en comunión con la naturaleza, defienden desde el principio su territorio ante la amenaza de los colonizadores, desplazando el punto de vista clásico norteamericano.
La secuencia inicial nos avisa de que no es un ‘Desembarco de Normandía’ porque la cámara no se queda con el protagonista hollywoodiense; La cámara, tras la batalla, se queda con los autóctonos, olvidando a los cazadores que huyen en barco, y demostrando así que Hugh Glass y su hijo se encuentran en el lado de la historia equivocado.


Es en ese momento cuando el relato vertebra sus andamiajes en torno a algo que aparecerá en todas sus formas: La naturaleza. Primero, el propio territorio se rebela contra el personaje interpretado por DiCaprio a través del oso (su especie más salvaje), brindando una batalla en la que, visto el resultado, no sabemos quién es la bestia, pero tras la cual Glass renace por primera vez, aunque no sin sufrir la penitencia correspondiente... 


A partir de ahí, una vez redimido con el territorio y tras el abandono al que se ve expuesto, se inicia una historia de supervivencia y venganza por el asesinato de su hijo, que no olvidemos, complementa a la del jefe de la tribu (siempre por delante) en esa búsqueda, precisamente, de su hija.


Para hacer esto posible, la naturaleza, como dice el símbolo de la cantimplora, le hace renacer cíclicamente. Primero de la tierra (como las plantas de las que luego se alimenta), luego del aire y el fuego (con los que se recupera de la manera más primitiva), y finalmente del agua, cuando tras ser alcanzado por unos nativos que siguen sin aceptarle, sólo el río le libra de una muerte segura…

A continuación, encontramos la propia redención con las tribus, primero a través de ese personaje que le vuelve a dar la vida, y posteriormente, tras salvar a la hija del jefe indio (conectando la historia). Una vez llegados a este punto, es obligatorio recordar la escena en la que los nativos reclaman sus caballos ante los colonizadores franceses (“Vosotros nos lo quitásteis todo”). Ahí nos anticipan la importancia del caballo, el segundo animal protagonista, así como el artífice de que Glass vuelva a renacer tras la escena más inverosímil, pero con la culminación más espectacular de la película. DiCaprio renace desnudo del vientre del caballo y ya solo otea en el horizonte una última cuenta pendiente: El ex militar John Fitzgerald (Tom Hardy).


Un renacer oficial que permite volver a ver el grupo de cazadores, la mediocridad de sus componentes (el General, el primero), y un final sádico y brillante, en el que tras una pugna para la historia del cine entre Fitzgerald y Glass -o Hardy y DiCaprio-, finalmente es el jefe indio el brazo ejecutor, así como el que da la vida -¿por última vez?- al indestructible renacido.


En definitiva, esta obra maestra es la confirmación de cómo Alejandro González Iñárritu y Enmanuel Lubezki, ambos nacidos en Ciudad de México (allí donde murió el mejor director español de la historia), se infiltraron en la poderosa industria hollywoodiense, remodelaron sus bases desde dentro, y devolvieron a la historia la parte que le faltaba. No obstante, 'los indios' y la naturaleza también han dado la oportunidad a Leonardo DiCaprio, el actor de toda una generación, de optar firmemente a su ansiado Oscar. No se lo pusieron fácil, para ello tuvo que prestarse al rodaje más duro y difícil de toda su carrera (como él mismo ha reconocido), hasta el último aliento. 

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