viernes, 15 de mayo de 2015

EL ENTRENADOR


Hoy, viernes 15 de mayo de 2015, a escasos minutos de que comience la esperadísima Final Four de baloncesto en el Palacio de los Deportes de Madrid, basta con echar un vistazo a las portadas de la prensa deportiva española para darse de bruces con la realidad. El fútbol y el bueno de Carlo Ancelotti siguen ahí, protagonizando rumores, especulaciones y absurdeces infundamentadas mientras los verdaderos aficionados al deporte se preguntan qué cojones está pasando en este país con la información deportiva. En paralelo a la mediocridad en forma de desinformación evidente que proporciona la careta de los periódicos deportivos, surge una reflexión interesante: Ser entrenador de un club grande en este país es una GRAN PUTADA.

Y es que si nos ponemos a pensar, la historia mediática reciente da incontestablemente la razón a la afirmación anterior. El deporte es de los que juegan, eso es obvio, pero parece que la figura encargada de guiarles está obligada a hipotecar su trayectoria a pender de un hilo y depender de los medios de comunicación más que de los resultados, recibiendo todos los golpes posibles cual sparring de boxeo, siempre con la consciencia plena de que los éxitos serán efímeros y contraproducentes, pudiéndose convertir en una losa. 


La prensa se encarga de construir la opinión pública, es decir, la opinión de mucha gente, y por eso se me ocurre acordarme de Ancelotti antes y después de aquel minuto 93 en Lisboa, de Luis Enrique tras aquel partido en San Sebastián y también tras embarcar en el avión que le devolvió hace 3 días de Múnich a Barcelona, de Pep Guardiola diciendo adiós a su equipo del alma en una rueda de prensa hace 3 años entre un peloteo aparentemente crónico y, sin embargo, de su menosprecio a día de hoy por parte de Sport y Mundo Deportivo, de Luis Aragonés prescindiendo de Raúl y exponiéndose a eso de ‘viejo’ y ‘caduco’, y levantando dos años después una Eurocopa con algún veleta diciendo que había formado la mejor Selección Española de la historia, o de Mourinho ganando una liga con 100 puntos, cayendo ante el Bayern en penaltis, y luego, sentando al que decían que era el mejor portero del mundo, prestándose a ser arrojado por el precipicio del resentimiento de muchos, todo por una decisión que probablemente era acertada –vaya usted a saber qué pasaba dentro de ese vestuario-.


Este ejercicio de reflexión es peligroso, muy dañino, porque es como una bomba que saca a relucir infinidad de nombres progresivamente: Emery metiendo al Sevilla en su segunda final de Europa League y Emery pitado en Mestalla tras quedar tercero en liga otra vez, Laso llegando al Real Madrid bajo el apodo despectivo de Lasovic y, 4 años después, mirando de tú a tú a Obradovic en su Palacio…

Etiquetas, prejuicios, mentiras… Todo vale si el objetivo es clavar el dardo en el centro de la diana de un equipo, porque lo que está claro, es que paciencia y distancia no hay. Aquí se juzga cada comentario, cada decisión, cada mirada, cada gesto y cada respuesta en un área técnica o frente a los micrófonos. Quizá en una situación utópica, ¿Alguien se plantea cómo funcionarían los equipos si no se pusiera todo en tela de juicio? ¿Qué pasaría si se respetase el trabajo de cada uno?


A excepción de técnicos prodigiosos con efectos inmediatos como Simeone, Guardiola o Mourinho, evidentemente, la PACIENCIA es la solución utópica, y si no que pregunten en Manchester por Sir Alex Ferguson.

En definitiva, siempre será el técnico el que pague el pato. En los equipos pequeños no se difundirá mucho el cambio pero el baile típico de entrenadores lo conocemos de sobra... Y en los equipos grandes ya sabemos quién manda. 


Esa corriente nociva de una prensa deportiva decadente que se aferra a una mínima posibilidad para ECHAR AL ENTRENADOR, y la estira y estira hasta que no da más de sí, hasta que sus portadas se antojan previsibles, repetitivas, absurdas y sin importancia, hasta que algunos fieles lectores, inexplicablemente, quedan adoctrinados por fin y, por supuesto, hasta que el míster dice basta con un 'Me voy' tras dar el portazo. 

Es así la triste realidad del entrenador en este país, quizá por eso al final siempre suena Michel...

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