Puede ser que justo hace un año, cuando Djokovic y Murray se jugaban el Open de Australia, Nadal y Federer estuvieran al otro lado de la televisión viendo sus ágiles intercambios. Golpes que el público zanjaba con una ovación cerrada pero que, seguro, estos dos espectadores encajaban con un silencio incómodo.
Dudas, preguntas y un suplicio con cada aplauso a los nuevos tenistas de moda. Y todo sin poder articular una sola palabra (¿qué decir cuando ves tu carrera pasar sentado en el sofá de casa?). Por eso puede que en una de ésas, ambos, simultáneamente, recibieran una palmadita en la espalda del amigo de turno, acompañada de un "Déjalo, tío".
Ya lo dijo Woody Allen en Match Point, "cuando la pelota pega en la red, por una décima de segundo puede seguir o puede quedarse. Puedes ganar o puedes perder". Instante que fue lo que tardaron estos dos tipos en volver a entrenar para confirmar que son el tenis.
Probablemente, ayer las televisiones de Djokovic y Murray ardieron durante 3 horas y media mientras ellos aplaudían cada punto, reconocían a sus maestros, y al final, se ponían de pie. Porque todo esto fue algo más, igual lo que debería ser la vida, un Nadal-Federer constante.
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