domingo, 12 de julio de 2015

SIN PENA NI GLORIA


Un simple partido de fútbol en cualquier recreo de colegio sirve para comprobar que el puesto de portero, por regla general, no lo quiere nadie. Ya sea por el pánico al balón o por el miedo al ridículo, lo que está claro es que excepto el último que toca el palo, el resto se siente más feliz por poder marcar goles tras quedar eximido de la responsabilidad de ser guardameta.

Esta evidencia nos obliga a reflexionar, aplicándola al área profesional y mediática del deporte rey en toda su amplitud, y en concreto, a todo lo que rodea un club como el Real Madrid.


Si tomamos como ejemplo la trayectoria de Iker Casillas podemos comprobar cómo su figura siempre ha jugado en otra liga, independiente a la de los jugadores de campo. Los extremos son los que han caracterizado su tarjeta como futbolista e incluso como persona.

En sus comienzos, enmarcado sobre el verde junto a un puñado de estrellas galácticas y una defensa en horas bajas, el joven portero de Móstoles, entonces con unos reflejos brillantes y una madurez prematura bajo palos, aceptó y creyó el papel de santo que se le asignó desde fuera. Si de las estrellas encargadas de materializar el gol se destacaba su pegada, de Iker como portero lo que se destacaba era su aura y la Novena Copa de Europa gracias a su irrupción estelar.


Probablemente este endiosamiento sirvió para tapar carencias y engrandecer aptitudes, así como elevar durante mucho tiempo su motivación y sacar su mejor versión, por lo que también debemos agradecerle sus mejores años, justo cuando empezó a compaginar la capitanía de su club con la de una Selección Española para el recuerdo, única es su especie y campeona del mundo por primera vez.

La ventaja de Casillas tras ganar aquel Mundial es que siendo relativamente joven (29 años) lo había ganado absolutamente todo y no sin falta de protagonismo. Pero el problema era que había que seguir (y más siendo portero) en el nivel que ya se le presuponía (más aún). Entonces fue cuando los primeros síntomas de cierto conformismo con el fútbol comenzaron a quedar patentes en el juego de Iker Casillas, algo lógico en vista de su palmarés pero no a ojos de sus aficionados y, visto lo visto, ni siquiera de él mismo.


Quién sabe si por la falta de entrenamiento o por la ausencia de competencia, el caso es que fue José Mourinho el encargado de dar un toque de atención al guardameta debido a la cifra preocupante de goles recibidos en el inicio de la campaña 2012-13. Y a partir de ahí y de las teóricas filtraciones a la prensa con las que respondió Casillas a su entrenador (perjudicando al equipo del que era capitán), se dio rienda suelta al debate más extremista y encarnizado que se recuerda en la historia del fútbol en torno a un jugador.

El portero quedó -hasta ayer- en el centro de la diana. Propios y extraños comentaban la jugada, la lucha de la meritocracia contra unas rentas de no hace mucho, la lucha del Real Madrid contra el mejor Barça de la historia -y por ende contra la Selección-, pero sobre todo, la lucha de un portero contra la idea que se había formado de él desde fuera, partido a partido, año a año y temporada a temporada.
La eclosión de las redes sociales y su mediática relación con una periodista hicieron el resto...


Si se intenta sacar una visión del conflicto en valor absoluto, sin odio ni devoción de por medio, la realidad es que la élite es la élite, y en un deporte como el fútbol no vale relajarse porque el ritmo es trepidante y la competencia abundante. Un jugador siempre tiene que aspirar a mejorar entrenamiento a entrenamiento (y si no que se lo pregunten al mismísimo Messi). Y en Casillas, probablemente fueron sus tempraneros éxitos y su puesto asegurado lo que, ligado a su buena crítica popular, le hicieron no aspirar a mejorar como sí lo buscaron y encontraron otros homólogos sacudidos desde siempre como Victor Valdés o Diego López. Tres años de indolencia en el fútbol te condenan al ostracismo, sin pena ni gloria, seas quien seas, más jugando en un club de máxima exigencia como el Real Madrid y teniendo por delante los teóricos años de madurez de un portero en este caso.

No aceptar la decadencia sobrevenida (rechazando el ejemplo de un emblema como Zidane) y no querer bajar del pedestal (ni siquiera a nivel económico) ha sido lo que ha condenado a Iker Casillas, alguien del que casi todos fuimos admiradores en algún momento pero alguien también que en sus últimos tiempos ha dejado mucho que desear.


Primero ángel y después demonio, hoy, con Casillas fuera del Real Madrid tras una vida dentro del club, es casi imposible evitar un juicio visceral. Si hacemos memoria echaremos de menos sus logros así como encontraremos esas veces en las que podría haber dado la cara y salir a morir al césped en cada entrenamiento y cada encuentro, olvidándose del resto. Al fin y al cabo Iker Casillas nunca dejó de ser humano, igual que hace 25 años, cuando sin saber a lo que se exponía, fue el último en tocar el palo.

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