domingo, 25 de mayo de 2014

Y RESURGIÓ LA BESTIA A SU MANERA.



Cuando echó a rodar ese balón ayer en el estadio Da Luz de Lisboa volvía el debate sobre si las emociones hacia el fútbol tienen una justificación lógica, sobre cómo y por qué se siente un equipo en el corazón, sobre si merece la pena llevar la pasión más allá de lo que es o de lo que debería ser, sobre qué cojones es esto llamado popularmente 'deporte rey' y por qué cojones mueve tanto dinero en forma de millones disfrazados de ilusiones.

No lo sé, ni lo quiero saber. Lo único de lo que tengo consciencia plena es de que lo siento. Ayer no jugaban 11 contra 11. Ayer jugaban miles y miles de personas desde el sofá de su casa, desde la última butaca del bar o desde las cómodas gradas de tres estadios. La realidad nos decía que el Real Madrid llevaba 12 años sin levantar su más ansiado trofeo, precisamente por ser el que más veces lo ha disfrutado, del mismo modo que nos mostraba la intratable manera de competir de un equipo sin las mejores condiciones técnicas, llamado Atlético de Madrid, pero capaz de destrozar a cualquier rival precisamente por convencerse como nadie de que eran superiores. En el pensamiento de cualquier aficionado estuvo hasta el minuto 93 de partido, la unión mental y física que ha conseguido el Cholo Simeone en sus jugadores, pero ALGO paró y silenció el mundo futbolístico en ese minuto. ALGO intangible y con un cierto toque espiritual y mágico volvió a un terreno de juego para los que lo habían olvidado o lo querían olvidar. El corazón de Sergio Ramos voló sobre las cabezas de los defensas rojiblancos para incrustar con una pulcritud inusitada el esférico ante la atónita mirada del gigante Thibaut Courtois. Ahí se supo, sin protocolo en el palco ni en ningún lugar para celebrar y gritar, ahí la realidad nos dijo que el club más grande de la historia había vuelto del exilio para quedarse, para erradicar cualquier vestigio de desesperanza en el madridismo, para convertir los insultos en silencios y los silencios más profundos en gritos desenfrenados.



Tampoco sé que pasó a partir de ese momento, no sé por qué Ángel Di María no declinó ni un solo segundo su máximo empuje y sigo sin explicarme cómo sirvió un centro-chut (otro) en una prórroga de desgaste, casi entre lágrimas, para que el Golden Boy de Cardiff nos diera la décima, tampoco sé cómo todo empezó a ser un sueño decorado con más goles de los que era posible imaginar. Sé que 'el 7 blanco' aguantó lesionado y marcó en el último minuto. Sé que la celebración fue un éxtasis. Sé que me quedé sin voz y mi camiseta de Benzemá despareció entre los abrazos. Sé que hubo muchas lágrimas. Sé que fue la puta hostia, sé que te quiero Real Madrid.



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