Dar respuesta a sendas preguntas puede suponer adentrarnos en un sinfín de leyendas, aventuras ligadas al sufrimiento o tesis sobre la constancia, el aguante, el esfuerzo y la velocidad.
Simplifiquémoslo. Prestigiémoslo. Vayamos a un momento puntual. Soñemos. Una tarde ardiente de julio. Una siesta robada. Un Tour de Francia como necesidad crónica. Una etapa de montaña como causante de esa necesidad. El olvido de la palabra 'aburrido' como calificativo injusto a este deporte. Una causa más de la felicidad veraniega. Una visión panorámica de los Alpes. Miles de aficionados apostados en las carreteras durante horas con sus viejas caravanas. La ascensión al cielo del Galibier. La magia de Alpe D'Huez. Diversas pintadas de ánimo sobre el asfalto. Superhéroes de extrema delgadez y piernas de acero.
Sprinters que se desvanecen tras finales trepidantes en días anteriores de foto finish. Corredores a cola del pelotón que anhelan la Milán-San Remo y la París-Roubaix. Freire pensando en otro Mundial. Samuel Sánchez como campeón olímpico y en Euskaltel Euskadi. Carlos de Andrés y Perico Delgado. Gregarios antológicos y altruístas. Un ataque de Alberto Contador. Olvidarnos de la eterna sospecha. Un puñetazo encima de la mesa. Un maillot amarillo. Eso es el ciclismo.
'Cuando las bicicletas llegan a París se termina el verano' (Salvador Dalí)
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