En una época moderna en la que conformar un equipo de fútbol de primer nivel puede quedar supeditado a la profundidad del talonario de un jeque catarí o un oligarca petrolero ruso, podemos decir que París y Londres, han sido dos ciudades 'privilegiadas' en cuanto a eso de reflotar una vieja pasión ignota por el deporte rey.
La obsesión de Nasser Al-Khelaïfi y Román Abramóvich con PSG y Chelsea, respectivamente, ha propiciado que en los últimos años, estos dos conjuntos hayan disfrutado de muchos de los mejores jugadores del planeta gracias a suculentas ofertas millonarias.
En este contexto, se llegó ayer al partido de vuelta de octavos de final de la Champions League, la máxima competición europea, que enfrentaba precisamente a sendos colosos del viejo continente, tras un empate a uno en París y con todo por decidir en Stamford Bridge...
Si tuviéramos que escoger un estadio inglés al azar, en nuestra cabeza sonarían con fuerza nombres como Wembley o Anfield, pero si lo que buscamos son noches mágicas, aplausos y la máxima esencia del fútbol total, entonces quizá pensaríamos en Old Trafford, el Teatro de los Sueños.
La realidad es que las cosas en el Manchester United y su emblemático campo, quizá no pasan por su mejor momento, del mismo modo que sucede con algo tan ajeno al fútbol como es el teatro (con tanta historia en Inglaterra), sometido al yugo dominador del cine, lo que puede llevarnos a establecer una similitud tan surrealista como las que se hacen en este blog, pero quizá con algo de verdad, entre teatro, cine, Old Trafford y Stamford Bridge.
Se puede afirmar que actualmente, sobre el verde del Chelsea FC -líder de la Premier-, como si de una estratosférica producción hollywoodiense se tratara, se puede observar una constelación de estrellas a la moda del fútbol actual, que sepulta los tiempos del viejo teatro shakesperiano con actores puros como Ryan Giggs o Paul Scholes, los cuales quedarán en la memoria de los románticos.
Dicho esto, ayer nadie podía mirar hacia otro lado. El equipo entrenado por José Mourinho saltó al campo con una sensación de superioridad sobre el papel, pero con graves síntomas de conformismo puesto que el 0-0 era suficiente para su clasificación. Lo acontecido durante las dos horas de partido posteriores en Stamford Bridge forma ya parte de la historia del fútbol.
Tras la injusta expulsión de la estrella visitante Zlatan Ibrahimovic en el minuto 30 de partido, con el guión más difícil posible por delante, el encuentro que jugó el París Saint-Germain con diez jugadores trascendió cualquier lógica y nos dejó una noche memorable de Copa de Europa, de las de antes, con fútbol de verdad.
El elenco de estrellas blues, lideradas por el mejor portero del mundo, Thibaut Courtois, no pudo lucir en ningún momento a su nivel esperado. Un combativo Diego Costa mostraba mediante su agresividad característica la indolencia de su juego, así como la de sus compañeros. Cesc Fábregas y Matic, el mediocampo pelotero que tanto está dando a Mourinho este año, no fue capaz de romper con eficacia la tela de araña formada por Laurent Blanc. La realidad fue que Marco Verratti, Matuidi y, fundamentalmente, un COLOSAL Javier Pastore, manejaron el tempo del partido intimidando a su rival (el tiro al palo de Cavani no presagiaba nada bueno para los locales) así como sorprendiendo a propios y extraños.
Cuando parecía que los jugadores del PSG sucumbían ante el enorme despliegue físico -en inferioridad- durante todo el partido, fue cuando el Chelsea asestó el golpe que parecía definitivo. En el minuto 81, tras el lanzamiento de un córner, el central Gary Cahill mandó el balón al fondo de las mallas de Salvatore Sirigu, colocando el 1-0 en el marcador y provocando la explosión de júbilo local, aunque para sorpresa de muchos, ese momento iba a ser el inicio de la leyenda...
Tan sólo 5 minutos le bastaron al conjunto parisino para que David Luiz, con su morbo por volver a casa, incrustara con violencia un cabezazo bajo el larguero de Courtois y mandara el partido a la prórroga contra todo pronóstico. Caras de estupor en la grada y un equipo que seguía soñando...
El tiempo de prolongación fueron más que 30 minutos. La temporada y las aspiraciones de unos y otros pasaron por esa media hora a una velocidad de vértigo o a cámara lenta. El destino manejó el cronómetro a su antojo.
Tras la entrada al terreno de juego de Didier Drogba -con 37 años recién cumplidos-, se sumaba más tensión y más historia al asunto, aunque en concreto el punto de inflexión lo marcó un jugador, Thiago Silva.
El mejor defensa central del mundo (para muchos) supo que era su momento, como capitán del equipo de la capital francesa y con tantos desengaños europeos a sus espaldas, fue consciente de que era 'ahora o nunca' y por eso se erigió como protagonista absoluto, primero cometiendo un penalti absurdo tras una mano inexplicable, que permitió a Eden Hazard adelantar al Chelsea (2-1) en el minuto 96, y segundo, desafiando a los dioses del fútbol -como Courtois-, a la lógica y a la memoria, incrustando con una pulcritud inusitada un testarazo en la portería del conjunto londinense en el minuto 114 de partido, y clasificando al equipo de Paris a cuartos de final, en una noche que será inolvidable para los aficionados al fútbol.
Dicen que para tener una actuación destacable y de calidad en el cine, primero hay que pasar por el teatro. Si aplicamos esto al fútbol, ayer los jugadores del PSG lucharon, creyeron y trabajaron hasta la extenuación, como si todos jugaran en el equipo que les vio crecer, el de sus amores, como si sintieran los colores más que nadie -lo máximo para un futbolista-. Ayer, la casta de un conjunto hecho a base de billetes, logró quitarse durante 120 minutos el dinero de sus espaldas para morir en el campo.
Y aunque las primas de después nos devuelvan a la realidad, con total seguridad Old Trafford hubiera aplaudido, como el día que Ronaldo dio su mejor recital en el Teatro de los Sueños...
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