Un rêve cinq étoiles (en castellano algo así como un sueño cinco estrellas), ese había sido siempre mi pensamiento sobre París hasta que surgió la indeleble e ilusionante oportunidad de poder realizar una visita real gracias a una indiscutible Número1 muy ligada a este espacio.
Después de cuatro días en la capital francesa, lo más oportuno que se podría poner a continuación -ya de regreso- es una frase que define a la perfección la sensación tras la despedida: 'Nunca está el hombre más filósofo que en sus malos ratos' (Mariano José de Larra, periodista de periodistas).
Pues sí, tras corroborar que la ciudad es mágica y encantadora, el desarrollo de una serie de acontecimientos finales, fortuitos, suspicaces y llamativos, ha ido adquiriendo una magnitud suficiente como para convertir por un día este blog en una especie de híbrido entre una crónica viajera, una buena comedia y un desenlace terroríficamente inexplicable.
Antes de desvelar los entresijos de la experiencia, es rigurosamente obligatorio agradecer el apoteósico regalo y la inseparable compañía a la mencionada Número1, la cual se unirá en breve a este proyecto con la inminente creación del blog compartido Visión Doble, expandiendo el horizonte del deporte y el cine al turismo y los viajes, con todas las secciones añadidas que estos profundos temas conllevan.
Ahora es el momento de orquestar los diferentes recorridos por la gran ciudad parisina durante estos 4 días, independientemente del desenlace, puesto que éste parece que se ha encargado de romper con el guión establecido...
Todo empezó con esta contundente portada de L'Equipe. Así, de repente, en un pequeño rincón de un atractivo hotel situado en Gare de l'Est (Château d'Eau), Francia demostraba porqué su principal diario deportivo está considerado como el mejor del mundo (vóx pópuli), editando una página principal en la que se condensaba el Mundial de balonmano, el Open de Australia de tenis (femenino), la parte representativa del fútbol, así como la del rugby y el ciclismo. 'Periodismo deportivo', al fin y al cabo, con un titular un tanto revelador...
La historia del lunes se completó con un día idílico a la altura de las circunstancias. De Notre Dame al Louvre paseando por ambos lados del Sena y finalizando la tarde en el Quartier Latin, entre cervezas de precio razonable, crepes 'marca de la casa' y ediciones revalorizadas del nuevo número de Charlie Hebdo tras el atentando.
Un segundo día que comenzaba con la visita a Julio Cortázar y Samuel Beckett en el cementerio de Montparnasse, quedaría completado con la ascensión a la majestuosa Torre Eiffel, un recorrido con mimo a través del Museo de Orsay y el trayecto desde el Jardín de las Tullerías hasta el Arco del Triunfo, pasando por los irrechazables Campos Elíseos, que sólo deberían propiciar felicidad, paz y amor.
No obstante, como colofón al día más parisino posible, una cena en Montmartre y una Newcastle Brown Ale en un pub irlandés colindante a Moulin Rouge se han convertido ya en una recomendación obligada.
Hasta aquí el ritmo de la crónica fluye entre la normalidad, aunque precisamente el miércoles se detectaron los primeros síntomas de anormalidad.
Unas décimas de fiebre, un estómago en guerra civil y una parada de metro llamada 'Stade de France' cuyo estadio se encuentra a 20 minutos de frío, lluvia y ventisca, quizá podrían haber sido el caldo de cultivo perfecto para perder un día en la ciudad del amor, pero como bien dijo el mejor joker de la historia en El Caballero Oscuro, 'lo que no te mata, te hace más fuerte' y quién sabe si el museo del llamativo estadio supo realzar en un servidor la motivación necesaria rodeado de los más grandes...
Fuera como fuere, posteriormente, las figuras y la filmografía de François Truffaut y Jean-Luc Godard se encargaron de certificar lo genuino y genial que era el cine francés con ellos tras las cámaras, gracias a una exposición 'made in' Cinémathèque Française, un verdadero placer.
Si Richard Linklater fue el protagonista de los pasados Globos de Oro, no podíamos dejar pasar la ocasión de visitar la librería que él hizo aún más famosa tras llevar allí el rodaje de una de sus obras maestras, Antes del Atarceder.
Shakespeare&Company nos privó de una visita de prestigio con motivo de su cierre intempestivo, del mismo modo que quizá afloró más fiebre en un servidor que se vio obligado a volver al ya famoso hotel de la portada de L'Equipe.
Tras la tempestad en horario de tarde, llegó la calma más absolutamente perfecta del viaje con un paseo nocturno por los aledaños de una Torre Eiffel, que hacía las veces de aureola estelar con una iluminación tan explosiva como atrayente, en concreto con cada cambio de hora.
Es posible que Woody Allen hubiera sentido envidia de la escena y la hubiera robado para Midnight in Paris, quién sabe... Memorable.
La mañana del último día en la capital francesa se presentaba entre dos lugares de altura (real y figurativa), de costa a costa en la ciudad.
Por un lado, el barrio de los artistas -Montmartre- y esa sensación de que hasta entre las rendijas de los adoquines se puede respitar arte. No obstante, con un fugaz paso por la cafetería de Amélie (Café Les Deux Molins) era hora de poner rumbo al otro lado de la ciudad, hacia el Palacio de Palacios, o lo que es lo mismo, Versalles.
A partir de este momento, se puede decir que el lejano aeropuerto de Beauvais se convirtió en el mejor amigo del surrealismo para ofrecernos un cuadro a la altura del mismísimo Salvador Dalí.
Si el autobús directo y exclusivo al aeropuerto (cuya duración normal es 1 hora) se retrasa tantas horas como tráfico hay en París y muchos de los miembros del mismo llegan 3 minutos tarde a la puerta de embarque, sin necesidad de facturar maleta y con media hora por delante para la salida del vuelo, sólo un cerebro de una supervisora de Ryanair directamente proporcional a su humanidad puede ser capaz de enfrentarse a los afectados y decírles en su mismísima cara au revoir!
Es entonces cuando comienzan a caer las fichas de dominó, desde el giro brusco repentino de 180 grados hasta escribir esta especie de crítica milimétrica en un blog que ojalá lea alguien alguna vez por la red, para que así evite entrar en el mencionado cuadro de Dalí, porque sólo una situación así puede hacer que la ciudad que amaste sin conocer y que soñaste despierto al recorrer, poco a poco torne los 4 días de amor en 4 horas de odio intenso, cambie la velocidad del metro por la incomunicación más absoluta, convierta a las personas en máquinas, sin raciocinio ni empatía, elimine la luz de la Torre Eiffel, borre los nombres de las calles, sustituya la teórica elegancia parisina por la vulgaridad y el egoísmo que haga pensar que a muchos les queda grande esa ciudad y modifique los Campos Elíseos por la versión más triste y desierta, esa que horas antes parecía inexistente.
Una combinación más propia de la lotería ha propiciado que hoy pueda estar escribiendo esto desde Madrid tras 6 horas a la intemperie, un taxista altruísta, un nuevo vuelo con dos horas de retraso y las turbulencias que nos faltaron al no visitar Disneyland y por supuesto, esa sensación de repugnancia y una deuda considerable.
Al final de todo, esa portada de L'Equipe de la que me jactaba como buen periodismo, apareció en Barajas en un lateral de mi maleta y pude observarla durante un fugaz segundo, al igual que un cartel publicitario de otra ciudad en el que ponía: 'Cómo explicar lo inexplicable', evidentemente sigue siendo buen periodismo francés, pero sinceramente, eso ya no me importa.
Contradicción y destrucción (El Odio, Mathieu Kassovitz, 1995)
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