Es como nuestra vida que cuando todo va bien, un día tuerces una esquina y te tuerces tu también. Sencillas, directas y certeras. Ahí seguían las letras de Fito Cabrales clavando sus cuchillos en corazones oxidados y escupiendo en la cara de los arrepentidos, de los que las guardamos en un cajón hace años. Sin previo aviso, sin dosificador. La perilla, las arrugas y las canciones de ese extraño ser conmemoraban dos décadas junto a los Fitipaldis, pero que nadie se engañe, demasiada profundidad hay en esa poesía de rock&roll como para negar que alcanza la eternidad del universo. Porque cuidar de las estrellas sigue siendo un buen castigo, sobre todo si uno se halla perdido entre dos mares y convencido de que se equivocaría otra vez, pero de pronto descubre que aún recuerda sin fallo todas y cada una de las frases que entona el artista.
"Dejadme nacer, que me tengo que inventar", terminó diciendo un tipo que acababa de llegar, que insistió en que el invierno había sido malo y en la eterna pregunta, la de la lágrima en la arena. Cuestiones, inquietudes y dudas resueltas situando una silla frente a 15.000 personas, mirando sus emociones a los ojos, y coloreando todas las orejas en rojo mientras construía una casa por el tejado con los acordes de su guitarra. Sí, la guitarra.
Siempre por delante, siempre de cara, escondiendo y obviando el roce de tu cuerpo durante las dos horas y media de concierto, como hiciera aquel hace 8 años.
Porque el tiempo no da para mucho más, tan sólo para frotarse los ojos y darse cuenta de que un día tuerces una esquina y te encuentras en el Wizink Center, viviendo otra vida, una que ya has vivido y que a pesar de ser eterna, sólo dura un rato.
"Dejadme nacer, que me tengo que inventar", terminó diciendo un tipo que acababa de llegar, que insistió en que el invierno había sido malo y en la eterna pregunta, la de la lágrima en la arena. Cuestiones, inquietudes y dudas resueltas situando una silla frente a 15.000 personas, mirando sus emociones a los ojos, y coloreando todas las orejas en rojo mientras construía una casa por el tejado con los acordes de su guitarra. Sí, la guitarra.
Siempre por delante, siempre de cara, escondiendo y obviando el roce de tu cuerpo durante las dos horas y media de concierto, como hiciera aquel hace 8 años.
Porque el tiempo no da para mucho más, tan sólo para frotarse los ojos y darse cuenta de que un día tuerces una esquina y te encuentras en el Wizink Center, viviendo otra vida, una que ya has vivido y que a pesar de ser eterna, sólo dura un rato.